Culpa

Bueno, esto es un poco diferente a lo que suelo escribir. A pesar de añadirle mi característico toque macabro tiende mas a lo depresivo. En mi defensa puedo decir que lo escribí en una época en la que de mi pluma solo salían letras tristes. Fue una época que no me gustaría volver a vivir, me hallaba muy perdida y desorientada. Así que parte de esa terapia fue plasmar aquello que tanto me dolía. Hoy puedo decir que a casi un año de que sucediera, la carga se hace mas liviana cada día que pasa. Aun queda el mal recuerdo y miento si digo que al mirar atrás no siento nada. Probablemente nunca lo supere del todo, en realidad no lo se, prefiero que el tiempo se encargue de ello. Sin mas que decir lean.
Una parte de mi se fue en este cuento...



  -          Celeste, ¿me estas escuchando? – La nombrada se sobresaltó de inmediato pero relajó su semblante al percatarse del lugar en el que estaba y de quien le hablaba. La otra mujer suspiró con paciencia.
-          Has estado distraída hija. – Cuando la mayor pronunció esas palabras vio que por unos segundos la persona que tenía ante sí le dirigió una mirada de odio sin disimular para luego voltear su vista. Decidió ignorarlo.
-          Y creo que está de más preguntar por qué, madre. – Contestó con la mayor ironía posible.
Su madre se sentó ante ella y la miro con tal amor infinito, amor que solo una madre puede ofrecer a su hija. Acaricio el largo cabello de Celeste y posó su mirada en la de ella. Tomo sus manos y analizo cada detalle físico. Dieciocho años habían pasado y cada día se maravillaba más al ver la réplica suya. Observó su misma piel pálida, su lacio cabello negro y sus ojos pardos. Eran exactamente iguales.
-          Cele, quiero que sepas que lo que ocurrió no es tu culpa. Estas creando suposiciones y eso no es bueno amor. – Celeste la miro con la misma mirada perdida de hacía tres meses atrás. Odiaba con todo su ser el optimismo de su madre; le lastimaba tanto fallarle. Su mamá hacia lo mejor para ella y sus esfuerzos eran en vano. Porque su problema no tenía solución, así de simple.
-          Como tú digas, iré a dar un paseo para distraerme. Te quiero y gracias por tu comprensión. – Se fue antes de que el llanto la consumiera.
Caminaba a paso lento por las calles y agradecía a la lluvia que se confundía con sus lágrimas. Las personas que pasaban se apartaban y la miraban con una mezcla de miedo y lastima al reconocerla. ¿Y cómo no? Era la loca del vecindario. Más de una vez pensó que terminaría igual que Karla, la vieja de la esquina que siempre estaba rodeada de gatos. Al pensarlo escalofríos recorrían su cuerpo. Cada segundo de su vida fantaseaba con la idea de arrojarse ante un auto en movimiento o beber el frasco de cianuro propiedad de su padre. Pero el deseo se esfumaba al imaginar el infinito dolor que le ocasionaría a su madre. Ella era lo único que no la hacía escapar de ese mundo de mierda.
El dolor en su pecho era demasiado fuerte. A la vez, odiaba que su madre depositara esperanzas en ella. Luego de aquel suceso que Celeste no se atrevía ni mencionar estuvo a punto de ser recluida en un hospital psiquiátrico. Pero dada la insistencia de su madre solo paso unas pocas semanas yendo a que la atendiera un loquero. Pensaba que si su hija rezaba y practicaba pseudo espiritualidad se curaría; que equivocada estuvo, Celeste seguía con la mente igual de perturbada. Su vida era un asco y lo sabía. Cada vez que alguno de sus familiares le decía que se encomendara a un ser supremo pensaba lo mismo que alguna vez pensó un prisionero de un campo de concentración en Auschwitz: “si existe un dios él me tiene que pedir perdón”. Los sucesos de hacía tres meses atrás caían de golpe en la memoria de Celeste. Dolía, dolía como nunca en su vida pensó que algo podía doler. Había arruinado todo, termino con la vida de quien  amaba. Ella era una maldita asesina y eso era algo que no se perdonaría nunca. Cayó de rodillas al suelo sin importarle que alguien la viera y lloró. Deseaba con todo su ser que algún extraño se apiadara de ella y cubriera su cabeza de plomo, pero no sucedió. Aun le costaba aceptar como había cambiado todo.
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-          ¿Sabes? Desde aquí se puede ver la constelación de Orion, acércate a verla amor. – El dueño de esa voz era un chico rubio que se encontraba recostado en la grama junto a una alegre Celeste.
-          Pues no alcanzo a visualizarla, creo que la vista me está fallando. – Ella se acerca al joven que yace a su lado y posa su cabeza en su hombro.
-          Me agradan los momentos así que vivo a tu lado, ni siquiera hace falta recurrir a las palabras porque nuestras caricias parecen decirlo todo. – Finaliza el chico mientras besa la frente de su amada.
-          ¿A qué viene eso, Ángel? – Susurra la pelinegra luego de que el sonrojo se hiciera presente en su rostro.
-          ¿Acaso hace falta decirlo o saberlo? Yo solo hablo sin pensar muy bien y tú más que nadie lo sabe Celeste. Me he vuelto expresivo y fiel a lo que siento desde que te tengo conmigo. Cuando estoy contigo aprovecho la mínima oportunidad para dejarte saber cuánto te quiero para que así no lo olvides nunca. – Expresa Ángel al mirar fijo a la susodicha; esta traga saliva de la impresión.
-          Cursi. – Le responde Celeste sonriendo para así aliviar la tensión y los nervios que le hizo sentir la confesión de su novio.
-          Pero así me quieres.
-          Pero así te quiero. – Confirma la joven feliz y seguido besa los labios de su acompañante.
-          Momentos así quisiera que no se acabaran nunca. – Dice Ángel luego de inhalar un largo suspiro.
-          No tienen por qué acabarse mi sol, lo sabes muy bien, no tenemos ninguna razón para estar separados.
-          Lo se mi luna, lo sé muy bien.
-          Creo que ya han estado demasiado tiempo aquí. – La voz de la madre de Celeste les causa un ligero sobresalto a la pareja pues no se dieron cuenta en que momento ella llegó. - Sera mejor que entres a la casa hija. Y tú, Ángel, regresa antes de que tus padres se preocupen.
-          Comprendo señora, lo mejor será irme ahora y volver mañana temprano. Pero antes, permíteme despedirme de mi hermosa Celeste. – La mayor sonríe ante la cordialidad de su yerno, este se despide de su novia con un dulce beso en la mejilla. – Te quiero mucho amor.
-          Yo te quiero más mi ángel. – Ella ve como su novio va alejándose del patio de su casa para luego montarse en el auto y perderlo de vista. Seguido ambas entran a la casa en silencio.
-          Que educado es tu novio amor, ¿Cómo te va con él? – Pregunta la madre para romper el silencio.
-          Perfectamente, creo que encontré al amor de mi vida. – Contesta la menor sonrojada.
-          Cele, creo que es muy pronto para sacar conclusiones. No quiero que te pase lo mismo de la otra vez cuando…
-          Ya no sigas con lo mismo madre, odio que pienses que todos los hombres del mundo quieren lastimarme. – Dijo Celeste muy enojada.
-          Hija, solo no quiero que sufras, me partiría el corazón que eso sucediera.
-          Pues no sucederá. Ahora te pido de favor que no pienses esas cosas de Ángel. Veamos películas juntas y olvidemos el tema.

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En tiempo presente, Celeste despertó de sus recuerdos. Aún seguía arrodillada en el piso y su llanto se profundizaba. Su corazón se oprimía al recordar ese día. Ese fue el momento en el que pudo haber evitado mucho dolor.
-          Tenías tanta razón, madre. Si tan solo te hubiera escuchado no estaría sintiendo esto. Perdóname mami, perdón, perdón… - Hablaba con voz entrecortada y abrazaba sus rodillas mientras volvía a sumergirse en sus pensamientos.
En realidad, el problema de Celeste no fue convertirse en una “asesina” como ella tanto se empeñaba en decir y creer. Su error fue haber confiado demasiado y tuvo que pagarlo a un precio insoportable de resistir. Una y otra vez reproduce los últimos momentos que estuvo con él. Trata de hallar una pista, la razón por la que se desmorono todo pero es en vano. No saberlo la lleva a la desesperación, no duerme ni come tranquila. Las interrogantes la acosan día y noche y mientras más se pregunta más crece su ansiedad. Sabía que le faltaba un solo paso para perder todo rastro de cordura. Le decían que el tiempo la ayudaría a asimilarlo todo mejor pero en ella resultaba lo contrario. Siempre estaba asustada, los fantasmas del pasado la atormentaban día y noche repitiéndole que todo era su culpa. Pero siempre quedaba la pregunta final, la que la hacía enloquecer. ¿Cómo fue que cambio todo? Y volvía el llanto, la rabia y la frustración. Porque a pesar de todo quedaba esa pequeña voz que le decía que no merecía lo que estaba sintiendo. Esa voz era lo único que mantenía viva su diminuta porción de racionalidad.
La pesadilla de Celeste comenzó cuando las muestras de amor de parte de Ángel escasearon. Las cosas ya no eran como en el inicio, era difícil obtener el tiempo y la atención de él. Solía llorar en ocasiones ante la idea de perderlo para siempre. Intento por todos los medios traer de vuelta a la persona de la que se enamoró. Tal vez si hubiera conservado la calma las cosas hubieran sido un poco diferentes pero la desesperación la llevo a limites poco ortodoxos.
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-          ¿Se puede saber qué carajo pasa contigo Cele! – Dijo Ángel mientras apretaba el brazo de su novia hasta dejarlo rojo. La miraba con una furia tan profunda que ésta pensó que la mataría.
-          Amor, ¿Qué sucede? ¿Por qué estás tan enojado? – Celeste temblaba.
-          ¡Pasa que eres una jodida acosadora y no me dejas en paz! ¿Por qué tantas llamadas y mensajes! ¿Es que no tienes vida! – Saco su celular del bolsillo con brusquedad mientras le mostraba la pantalla que indicaba las llamadas que esta le había hecho a él.
-          Mi amor perdóname, no lo volveré a hacer. Esto puede arreglarse solo hablemos. – Decía ella llorando.
-          No hablaremos nada; ya me canse de esto. No quiero estar contigo ni verte nunca más en mi vida. Adiós Celeste. – Ángel se marchó dejando a Celeste estupefacta.
             Ella ni siquiera se dio cuenta en que momento su ahora ex amante se fue de la casa. Lo único rondando su cabeza era el “adiós” que él le había dado. Se negaba a creer lo que estaba ocurriendo, se decía que aquello era un mal sueño. Nunca en su vida experimento un trauma profundo hasta dejarla en estado catatónico, pero reconoció que eso era lo que sentía en ese momento. Un grito salió de su garganta, un grito tan ronco que creyó que sus cuerdas vocales se distrofiarían. Cayo al piso y el encaje de las uñas en sus manos le hizo derramar sangre. Perdió el sentido de la razón; no sabía si era debido a tanta agua acumulada en sus ojos pero no lograba visualizar que era lo que tenía ante sí. Todo se veía negro y si no fuera por el profundo dolor que sentía su alma se habría asustado mucho. Pero ya para ese entonces nada le importaba, ni siquiera el perder la visión. Sin embargo, no paso demasiado tiempo cuando todo se volvió rojo antes sus ojos. El impacto hizo que dejara de llorar y se quedara estática en su sitio, o al menos eso era lo que creía. Por alguna razón que no podía comprender, una calma el embargo. En un segundo se preguntó si ese hermoso color rojo tenía que ver con su paz interior. No llegó a una conclusión referente a esa hipótesis porque antes de darse cuenta quedó profundamente dormida.
Noticias de última hora. Un joven de diecinueve años fue estrangulado y apuñalado al salir de la residencia de su novia en altas horas de la noche. El caballero fue identificado como Ángel Morales Rivera. Su cuerpo fue hallado a orillas de la calle Amatista del pueblo San José. No hay rastro del auto y su billetera fue hallada vacía por lo que se cree que el motivo del asesinato fue robo. Como pueden saber, no es el primer crimen que se comete en ese lugar pues es muy reconocido por su alta tasa de robos y asesinatos debido a su desolación.
            Todas las pruebas apuntaban a que fue un desconocido quien mato a Ángel, pero Celeste tenía la certeza de que fue ella quien lo hizo. Pudo haber sido juzgada como autora de un crimen pasional pero la evidencia era nula. Las huellas táctiles que encontraron en el cuello de él no coincidían con las de ella, no había rastros de sangre en su ropa usada ni en cualquier lugar de su residencia y el hecho de que perdiera la memoria por un lapso de tiempo no ayudaba pues ni siquiera tenía la capacidad de dar un testimonio sólido. No obstante, por alguna razón, se sentía tan segura de ser la perpetradora de tan atroz crimen. Su vida, sus emociones y todo aquello que la hacía feliz se desvaneció a partir de entonces. Era cierto que la traición de su difunto novio le dolió demasiado pero no hubiera sido capaz de terminar con su vida, al menos no en estado consciente. Nunca olvidaría como perdió la razón al vivir tan traumático suceso y menos olvidaría ese color rojo que estaba segura fue la sangre que saco del cuerpo de Ángel. Tan grande fue su trauma que necesitó intervención psiquiátrica. Pasaron los meses y a pesar de que no volvió a caer en crisis nunca se recuperó de la depresión constante y estaba segura de que nunca la haría.
            Actualmente, Celeste llegó al cementerio y se paró frente a la tumba de Ángel. Acarició el duro cemento y lo beso con ternura. Le canto canciones e incluso le ofreció comida que cargaba en su cartera como si la lápida se tratara de una persona. Horas más tarde se levantó y miró la tumba con una mezcla de tristeza y locura.
-          Gracias por enseñarme que el amor no es para mí. – Dicho esto se marchó.



Fin 

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